Reportaje Especial. Parte 1.
Costa Rica y Nicaragua son dos países centroamericanos, con fuertes lazos históricos en el tránsito de personas, de mercancías y un rico intercambio cultural.
Un total de 309 kilómetros conforman la línea fronteriza, con 2 puestos formales, uno en Peñas Blancas, situado a 18.6 kilómetros del poblado de La Cruz, en la provincia de Guanacaste, y el otro en el cantón de Los Chiles, a unos 5 kilómetros del centro de esa misma comunidad.
El paso de migrantes de forma irregular por la frontera de Los Chiles es un fenómeno de décadas, pues la Zona Norte es un territorio atractivo para decenas de nicaragüenses que cruzan a Costa Rica para temporadas de trabajo como las agrícolas, donde se emplean en actividades productivas como piña, naranja, raíces y tubérculos, o café, más al centro de nuestro país.
Durante años, los habitantes de ambos países han dibujado esa línea imaginaria a punta de escándalos políticos y conflictos, que caracterizan la cobertura mediática: Desde la navegación conflictiva por el río San Juan hasta la Trocha Fronteriza y la invasión de la Isla Calero por parte de Nicaragua, en el 2010.
A esta realidad se une la coyuntura de migrantes de países del Caribe y del Sur de América, quienes viajan hacia Estados Unidos por tierra, pasando por Centroamérica y exponiéndose a miles de adversidades.
Botas de hule y algunos descalzos en un trillo de barro
Al llegar a Las Tablillas de Los Chiles, hay un sendero cercano a la parada de buses de la empresa de transporte público que brinda el servicio.
Para caminar por ese sendero es necesario contar con botas de hule o zapatos cerrados, pero más de uno, incluso niños, se animan a cruzarlo descalzos. Eso sí, entre trillos y barro sobran las ofertas de botas usadas, cuyo par se puede comprar por el precio de ₡2.000, aproximadamente.
También, existe la posibilidad de que la persona que compró las botas usadas, las pueda vender al llegar al otro lado. Además, en ese camino se encuentran personas que “colaboran” con el transporte de maletas por ₡5.000, hasta el lado nicaragüense.
Conforme uno comienza a adentrarse en el sendero, va encontrando a muchas otras personas de diferentes nacionalidades, tratando de escapar de la pobreza y la inseguridad.
En una coyuntura migratoria como la actual, a simple vista se percibe gran presencia de venezolanos y haitianos, quienes viajan hacia Estados Unidos con la esperanza de un futuro mejor para sus familias. Igualmente, nicaragüenses que regresan a su país por coyunturas diferentes.
“Yo tengo un hermano en Costa Rica, trabaja en una lechería en Ciudad Quesada y lo andaba visitando para ver como estaba. Uno sabe que uno arriesga al venirse por aquí, pero uno es pobre y no tiene reales para venirse en otros medios. Vengo sola, ya voy de regreso hacia mi pueblo, en Chontales”, contó Catalina, cuyas palabras y rostro dejaban ver un poco de preocupación.
El aumento de la migración de otras nacionalidades es exponencial en este sector fronterizo, dentro de un camino ancho, de unos cuatro o cinco metros, que con la llegada de las lluvias torrenciales se ha convertido en barro, charcos e inseguridad.
Hay hombres que viajan solos, lo mismo que mujeres o familias, en su mayoría jóvenes, con niños en brazos, descalzos, tratando de huir de la miseria. El escenario es cruel y desgarrador.

Conforme avanzamos por el sendero llegamos hasta un muro y, a pocos metros de ese muro está un mojón de cemento, que divide ambos países. De ahí en adelante hay salida directa, nada que impida cruzar hacia Nicaragua o viceversa, es cuestión de pasos para estar de uno u otro lado.
¡A Nicaragua nos vamos!
Ya de lado nicaragüense, el sendero aumenta su tamaño a unos siete metros de ancho porque el paso de personas es aún más grande.
Ese sendero conduce hasta una pequeña quebrada llena de barro y al cruzarla, se llega hasta un camino de piedra en buen estado, que utiliza la empresa que recolecta naranjas, así como el Ejército nicaragüense para vigilancia.
Dicho camino conduce hasta el pueblo de San Pancho, donde están las busetas llamadas “interlocales” y taxis, que son el medio de transporte de personas para llegar hasta San Carlos de Nicaragua, donde está la terminal de buses hacia Managua y otros departamentos del país.
En San Pancho también hay personas que cambian colones o dólares a córdobas, la moneda oficial nicaragüense. Lamentablemente, muchos se aprovechan para no pagar lo justo al momento del cambio, que ronda los 49 córdobas por cada mil colones, mientras que 37 córdobas equivalen a un dólar estadounidense.
Camino hacia San Carlos se pasa por el puente Santa Fe, sobre el río San Juan, donde hay un puesto improvisado de revisión de maletas por parte del Ejército nicaragüense y de documentos, por un equipo de migración de ese mismo país.
Luego de esa revisión, la próxima parada es San Carlos de Nicaragua, a orillas del Lago Cocibolca o gran Lago de Nicaragua.
“Ya aquí, pues uno se siente más seguro, aunque un poco afligida por la caminada y por dejar a mi hermano. Si da lástima ver a toda esa gente que van con niños para Estados Unidos, van a dilatar en llegar y no sabe uno si van a llegar, es triste, pero muchos gobiernos están obligando a su gente a irse del país”, dijo Catalina, sin hablar, directamente, de la situación en contra de los derechos humanos en Nicaragua y la gestión de Daniel Ortega.

Es que estando ya en la ajetreada terminal de buses de San Carlos de Nicaragua, la publicidad a favor de la pareja presidencial Ortega Murillo es notoria. Estando ahí, nosotros aprovechamos para conversar con una pareja de venezolanos, quienes esperaban el bus que los transportaría hasta Managua.
En la conversación con ellos, pensaron que también éramos venezolanos, por no tener el acento tradicional local, pero al comentarles la realidad del viaje, hablaron con más fluidez y soltura.
Nos contaron que, en Venezuela dejaron sus trabajos, ambos abogados, porque la situación es complicada ante la fuerte inflación, cierre de activos de la prensa independiente y la fuerte crisis social.
Ellos iban guiados por otros familiares, vía WhatsApp, que ya habían pasado por la ruta de migración y estaban ya en Estados Unidos. Su maleta era un bolsito pequeño, donde cargaban cosas básicas como documentos de identidad, cepillo y pasta dental, pues por ese apoyo desde Estados Unidos podían ir comprando ropa barata cuando necesitan cambiarse y así no andar maletas que atrasaran su paso por las fronteras o ser vistos como objetivo de robo por grupos criminales por portar mucho equipaje.
A ellos les esperaba un viaje de 6 horas, hasta Managua, para llegar a la terminal “El Mayoreo”, misma donde abordarían el bu hacia Jalapa, al Norte de Nicaragua, a unos 26 kilómetros de La Apertura, un puesto aduanero fronterizo con Honduras, donde continuarán su viaje hacia Estados Unidos.
Nosotros visitamos “El Mayoreo” y constatamos que la terminal, prácticamente, no duerme y es constante el flujo de personas, comercio, venta de comidas, bebidas calientes y recargas telefónicas.

En el caso de los migrantes con rumbo hacia Estados Unidos, ellos duermen por ratos en los pasillos de la terminal, con cobijas y abrigos que se vuelve su mejores amigos contra el frío, mientras esperan la salida del bus que los dejará lo más cerca posible de la frontera con Honduras…
Cada uno de ellos vive una historia distinta con su sueño americano, aunque el denominador común es el deseo de vivir una vida mejor, pese al riesgo de esta travesía que deja en evidencia la miseria, el abandono de los Estados y el dolor humano.
Colaboración de Israel Vallejos para La Región, quien acompañó a los migrantes entre trillos, barro y dolor humano desde frontera de Los Chiles hasta Managua.