Don Juan Blanco Brenes, conocido en el pueblo como “Juancito”, y doña Noemí Pérez Salazar, su compañera de vida desde hace 66 años, simbolizan ese amor de hombre y mujer que se complementan para crecer como pareja, esfuerzo por sacar adelante a su familia y perseverancia en todas las circunstancias.
Octubre, mes del adulto mayor, nos presenta cada año la dolorosa realidad local y nacional en términos de abandono, violencia física y patrimonial hacia muchos de ellos, pero también historias de envejecimiento saludable, como la de don Juan y doña Noemí.
Ellos nacieron en Zarcero, en hogares conformados por agricultores de preceptos religiosos firmes.
Ninguno terminó la primaria porque en aquellos tiempos estudiar era un verdadero lujo, las oportunidades académicas y económicas eran pocas o nulas y había que trabajar la tierra para comer y sobrevivir, pero su sabiduría, su humildad y educación son genuinas.
Fueron, precisamente, las labores agropecuarias las que cruzaron sus caminos en las tierras zarcereñas y después de un noviazgo corto, en 1956 decidieron casarse y desde entonces honran a diario su promesa de amor.
Para Juancito, quien contagia de alegría cada vez que sonríe, doña Noemí sigue siendo su “cromo”, una palabra que expresa con ternura y gratitud.
“Aquellos tiempos no eran como ahora, costaba ganarse la vida, yo trabajaba volando pala todo el día y ella cuidaba los carajillos, pero gracias a Dios hemos sabido llevarnos y salir adelante. Ella sigue siendo el cromo mío”, contó don Juan a La Región.

En busca de oportunidades
En vista de que la familia crecía y su amor había engendrado nueve hijos, este matrimonio se trasladó en la década de los años setenta desde su tierra natal hasta San Carlos en busca de mejores oportunidades.
En este cantón, don Juan trabajaba en la corta de caña de azúcar en la hacienda Matamoros, mientras que doña Noemí se entregaba por completo al cuido y educación de sus pequeños.
Para sorpresa de ambos, poco tiempo después de haber llegado a San Carlos, el entonces Instituto de Tierras y Colonización (ITCO), hoy Instituto Nacional de Desarrollo Rural (INDER), les otorgó una parcela en el asentamiento campesino El Progreso, en el distrito de San Lorenzo de San Ramón, donde creció y vive su familia.
Él tiene 92 años de edad y ella, 89 años. Su historia es inspiradora y reafirma que es posible envejecer de una manera digna cuando se respetan los derechos de las personas adultas mayores.
Aunque sus hijos no los descuidan, don Juan todavía siembra yuca y maíz en su terreno, mientras que doña Noemí se resiste a abandonar el fogón y su boca permanece llena de palabras de agradecimiento hacia la vida, aunque no siempre haya sido fácil.
“La juventud de nosotros fue dura, pero gracias a Dios aquí estamos hasta que Dios quiera, la vida ha sido buena con nosotros y todos los hijos que tuvimos son buenísimos, siempre están atentos a que estemos bien. La verdad que uno solo debe dar gracias a Dios”, dijo doña Noemí.

Envejecimiento sano
Envejecer de manera saludable es posible, afirman expertos.
Diversos estudios señala que envejecer saludablemente depende en un 70% de los hábitos de la juventud, como alimentarse correctamente, hacer ejercicio de manera regular y evitar consumir alcohol más de la cuenta o fumar por muchos años.
Para esta pareja de adultos mayores, mantenerse activos, unidos como familia, ser agradecidos y alimentarse con parte de lo que siembran y cosechan sigue siendo esencial para sostener el hogar y estar sanos.
Desde el diario digital La Región esperamos que durante este mes y siempre, historias de vida como la de Juancito y doña Noemí permitan entender en lo individual y lo colectivo, que nuestros adultos mayores lo que más necesitan es ser valorados y respetados como personas, sin caer en los prejuicios de la edad.