Es una mujer de estatura pequeña, pero, con un corazón enorme. Basta solo con sentarse a conversar con ella unos minutos para descubrir la alegría, la bondad y la fortaleza que contagia su vida a quienes están a su alrededor.
Con unas pocas palabras y su sonrisa dulce, ella tiene la capacidad de transmitir una paz interior que hace posible olvidar los torbellinos de una sociedad agitada por las tareas diarias y espantar el estrés y los miedos.
Fue el 21 de agosto de 1999 cuando Shirley Pérez Acuña decidió abandonar la soltería y formar un hogar. Aquel día contrajo matrimonio con Ronald Morera Ruiz, para juntos empezar a escribir las páginas de una historia de amor incondicional y resiliencia.
En su nuevo proyecto de vida, Shirley cargaba una maleta de anhelos e ilusiones, entre ellos, quedar embarazada, ver crecer su pancita y convertirse en mamá.
“Desde antes de casarnos, siempre hablábamos de tener bebés, era una ilusión muy grande, saber que crece en el vientre, siempre tuve esa ilusión de ser mamá. Es como un instinto”, recuerda Pérez.
Una noticia que abrió el camino para la adopción
Debido a que los meses pasaban y el embarazo que tanto la ilusionaba no llegaba, la joven pareja decidió buscar orientación médica. Fue en ese proceso cuando Shirley recibió la noticia de que convertirse en madre biológica sería imposible.
Pero, lejos de desmotivarse por el golpe que le daba la vida, ella se secó las lágrimas, respiró profundo y junto a su compañero decidió escribir otra página como artesana de la vida, una historia de entrega, de responsabilidad y amor, mucho amor.
“Aunque tenía la ilusión de ser mamá biológica, cuando éramos novios también hablábamos de adoptar, ya era un tema que lo habíamos tocado y cuando nos dan la noticia, sin pensarlo dos veces tomamos la decisión de adoptar”, agrega con esa sonrisa que inspira ternura.

Los hijos del corazón
Después de un corto proceso de duelo por la imposibilidad de criar hijos propios, Shirley volvió a llenarse de ilusión con la posibilidad de despertar cada mañana con aroma a bebé en el interior de su habitación, con escuchar y disfrutar balbuceos, con cambiar pañales, con entregar amor de manera incondicional, con criar, acompañar y moldear vidas con esperanza.
Es que, justamente la resiliencia es esa capacidad humana de sobreponerse a los momentos difíciles.
Gabriel, de 15 años de edad, y Matías, de 5 años, son hoy la alegría de su familia, el combustible que prende y mueve sus días y quienes llenan de ternura, risas y travesuras su hogar.
El primero de sus dos tesoros llegó a su vida con apenas cuatro meses y Matías estaba próximo a cumplir su primer añito. Ellos son el testimonio vivo de cómo la empatía y el amor transforman vidas.
Gabriel ya está en el colegio y es un destacado deportista, mientras que el bebé de la casa comienza su aventura en las aulas con una energía única, que se desborda por curiosear la naturaleza y aprender inglés.

Esta artesana de la vida tiene claro que la diferencia entre un hijo biológico y uno del corazón está solo en la forma en que llegan a la familia.
“El momento en que a usted lo llaman del PANI y le dicen hay un bebé para usted, ya uno lo ama con todo el corazón. Yo siento que ser mamá del corazón no es una casualidad, es algo que ya Dios tiene para uno, es un don que Dios lo da porque no todas las personas lo tienen”, afirma Shirley.
En este mes de las madres, la historia de resiliencia, compromiso y ternura de Shirley Pérez Acuña es un ejemplo concreto de que la maternidad es un tema que va más allá del vientre y que el amor, como el principal sentimiento de la vida logra inspirar y hacer crecer el jardín de la humanidad.