El hombre en busca de sentido, así se llama el estremecedor libro de Víktor Frankl, sobreviviente del Holocausto en el campo de exterminio de Auschwitz. 

En el libro narra, con profunda sabiduría y bondad, sus años de atroz cautiverio junto a miles de prisioneros. Neurólogo y psiquiatra austriaco de origen judío desarrolló, posteriormente, la logoterapia, una escuela de psicoterapia que se centra en encontrar un sentido profundo en la vida.

“El hombre es ese ser capaz de inventar las cámaras de gas de Auschwitz, pero, también es el ser que ha entrado en esas mismas cámaras con la cabeza erguida y el Padrenuestro o el Shemá Israel en los labios”. Así termina el libro. También, decía “hay dos razas de hombres en el mundo, solo dos: la de los hombres decentes, y la de los indecentes”. 

Realizamos un tenso arco en el tiempo y nos preguntamos qué pensaría, precisamente, Frankl de lo que sucede en la escalada de violencia desatada en Israel y los territorios de la franja de Gaza en las últimas semanas. Es un tema sensible y complejo, como decía el escritor Javier Cercas, en un reciente artículo, es muy fácil convertirse en “eslóganes ambulantes”, zanjar el tema en un triquitraque, entre buenos y malos… maldita geopolítica. 

Hasta dónde llega, nos preguntamos con dolor, el derecho de un Estado a la “autodefensa”, si su respuesta conlleva la masacre de más de 10,000 personas a un mes del conflicto, entre ellos niños y mujeres, pero si la redención del pueblo judío, expresada al derecho a su patria bíblica, pasa por la opresión de más cinco décadas de apartheid, violando todos los tratados internacionales, nos preguntamos, entonces, si no es su propia condena. Pero, a su vez, si la redención del pueblo palestino, expresada al derecho histórico a su legítimo pedazo de tierra en el mundo, implica los actos terroristas y condenables perpetrados por Hamás en contra de colonos y jóvenes, que asistían pacíficamente a un rave, y la captura de más de 200 rehenes, cuyo resultado será posiblemente tan solo perpetuar el problema, porque el problema es el derecho existencial del pueblo palestino a existir. ¿O quizá el ataque tenía otro objetivo?: expandir el antisemitismo en el mundo, porque la respuesta era previsible… Nos preguntamos, entonces, si su redención no es su propia condena. 

Malditas comparaciones en el espejo de la guerra de aterradores reflejos donde todos, a largo plazo, serán, seremos, perdedores. Yuval Harari, el filósofo Israelí, dijo algo que es muy importante. Él dijo que no puede haber paz en el Medio Oriente sin que los palestinos tengan permitido vivir una vida libre y digna en su tierra natal. 

Intentamos, ingenuamente, apaciguar la sensación de catástrofe moral a la que asistimos, oyendo música esta noche sin poder dormir bien luego de ver los noticiarios, luego de leer los periódicos globales, luego de entender una vez más que instituciones globales, como la ONU, se resquebrajan encorsetadas en su Consejo de Seguridad, luego de preguntarnos cómo enfrentar los problemas sin alguna forma de cooperación internacional mucho más fuerte.

Decía, oímos una música que sale de entre los escombros: es el llanto de un violonchelo que se eleva entre el sonido de las bombas como el grito de un bebé inocente a punto de llegar al cielo. Les juro que así se oye esa música, la ejecuta Yoyo Ma de ascendencia judía, toca, de Bach, la “Cello Suite No. 1 in G Major” y su afán de conciliación se eleva entre los huesos y las tiras de carne de niños, mujeres y hombres muertos en Gaza en nombre de nada y, también, de los inocentes muertos en Israel por un ataque que igualmente hay que condenar, solo que la proporción es muy distinta: una proporción de 58 años de brutal ocupación, ¿será un problema de proporciones?, malditas estadísticas… el horror es que cada 10 minutos muere un niño de manera violenta en la Franja, según un cálculo de la ONG Save the Children, otra estadística en forma de tragedia que traspasa el violonchelo tenaz, se eleva y nutre del dolor…esa música nos estremece y apenas alivia la vergüenza mundial por lo que está  pasando; sin embargo, logra sobrevivir en el bucle del arco sobre las cuerdas del instrumento. 

Cuando Víktor Frankl fue liberado del campo de concentración de Auschwitz, el 27 de abril de 1945, miró hacia atrás una última vez, parpadeó y se alejó tras una línea roja de sangre, caminando con tristeza, pero con esperanza. 

Meditaba quizá, en el destino que tendría la humanidad.

El autor de este artículo de opinión es escritor.

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