La protagonista de esta historia nació con el espíritu maternal en su ADN.
Desde que empezó a tener uso de razón, ella soñaba con el matrimonio y un hogar lleno de amor y de hijos.
“Yo me casé, específicamente, porque yo quería tener hijos. Aparte de que sí estaba muy enamorada y el matrimonio me ilusionada, yo era tener hijos”, recuerda con una conmovedora sonrisa.
Su nombre es Jeannette Mesén Monge, quien después de terminar la escuela, aprender a coser para ganarse la vida y ayudar económicamente a su familia, en agosto de 1974 y siendo una muchacha de solo 20 años, dio el sí acepto.
Junto a Gerardo Enrique Rojas Porras, su gran amor y compañero de vida por casi medio siglo, pues lamentablemente falleció hace ya dos años, empezó a construir su hogar ideal, un paraíso familiar lleno de balbuceos y travesuras infantiles.
No habían cumplido el primer año de casados cuando llegó la noticia de su embarazo y su corazón palpitaba amor, una ilusión que se vio truncada porque su primer hijo murió a solo pocas semanas de nacer.
Pero, esta Artesana de la Vida no se dejó vencer por el dolor de la muerte prenatal de su primogénito y cuando recién cumplía 22 años, llegó al mundo su segundo retoño, otro varón que nació y creció sano y fuerte, haciéndole realidad su sueño de amamantar, cambiar pañales y moldear una vida con amor.
“El que falleció fue un varoncito y el que siguió fue otro varoncito, era la ilusión más grande de mi vida. Yo pasaba sentaba frente a la cuna todo el día viéndolo porque a mí me parecía como que era mentira que yo tenía un bebé”, recuerda doña Jeannette.

La llegada de un hijo especial
La noticia de su tercer embarazo también la hizo sentirse entusiasmada, ya que su anhelo seguía siendo ser mamá. Empezó a alistar pañales y pijamas mientras el nuevo bebé se desarrollaba en su vientre.
Cuando llegó el momento del parto, empezó otro reto para la joven madre en aquel entonces porque las cosas se complicaron en el nacimiento y una mala praxis durante la extracción con fórceps, le provocó al niño un derrame cerebral.
Los médicos la mandaron para la casa con un recién nacido que, supuestamente, no iba ni a caminar ni hablar y, como si fuera poca su carga, su esposo había caído en el alcoholismo.
Pero, una vez más y contra todo pronóstico, ella demostró su fortaleza, su esfuerzo y que el amor de una madre todo lo puede.
“Byron caminó hasta los tres años, haciéndole terapia mañana, tarde y noche en la casa. De hecho, los doctores me decían que el chiquito no parecía que tuviera retardo, cuando lo veían conversar y es que yo le conseguí una beca, lo llevaba a una escuelita particular y ahí me le ayudaron mucho”, agrega esta ejemplar madre.

El amor maternal todo lo puede
La dedicación y el deseo de sacar adelante a su familia también motivaron a su esposo Gerardo a buscar terapia y dejar el alcoholismo, lo que fortaleció su vínculo amoroso.
Su niño especial tiene hoy 42 años y una vida llena de amor. Después de Byron, doña Jeannette trajo a este mundo cuatro hijos más, otro de los cuales también murió.
Sin embargo, esta Artesana de la Vida no se cansa de agradecer a diario y está convencida de que Dios le dio lo que ella quería.
“Me siento feliz, yo veo a mis hijos ya grandes, realizados en sus cosas y sobre todo a Byron, que es el que nos une. Para mí ser mamá es mi realización porque fue para lo que yo me casé, yo soy de las que digo, yo me casé para tener hijos con mi esposo y que el matrimonio durara hasta que estuviéramos viejitos, aunque estábamos medio viejitos cuando él se fue”, afirma llena de sentimiento.
Doña Jeannette es originaria de la provincia de San José, aunque la conocimos en el asentamiento campesino El Progreso de San Lorenzo de San Ramón, donde vive desde hace poco tiempo y ahí nos contó su admirable historia maternal.

Byron es hoy su gran compañía, aunque sus otros hijos también retribuyen con gratitud, cariño y cuidados su esmero.
Con ella cerramos Artesanas de la Vida, un trabajo que realizamos en el diario digital La Región para mostrar que más allá de una fecha o una celebración especial, ser madre es un testimonio irrefutable de amor puro y una decisión hasta la eternidad.